Cuando Rolo vino a nuestras oficinas a cascarse una gallarda creíamos que estábamos ante Jesucristo resucitado. Y es que al Nazareno siempre nos lo habíamos imaginado así. Pero no, evidentemente no era Él. Quien vino fue un heterillo madrileño de 29 tacos muy guapo. Rolo nos deleitó con una pajuela que nos la puso más dura que una piedra. Nos hubiera encantado ayudarle a cascársela, pero no pudo ser. El niño no quiso que ninguna mano de tío se la tocara. Pues nada oye, él se lo perdió. Se le puso grande y gorda nada más empezar a meneársela. Pasados unos minutos, entre jadeos y suspiros, expulsó el rico líquido elemento en abundancia. Por cierto, vaya culo que tenía. Ideal para hacerle un beso negro y follárselo después.